Blogia
Mi tierra linda

POR estos días ando lejos, aunque no
tanto. He vuelto a encontrarme con el
pizarrón, con horarios de receso, con
muchos libros y hasta con alguna travesura de
esas que nunca escasean en un aula.
He cumplido tareas que me han obligado a
conjugar, en más de una ocasión, el verbo
"poder" en primera persona del singular; y he
aprendido –y no sólo en los libros– a aprovechar
cada conversación, a no conformarme
con una sola explicación, y a escuchar con la
misma atención a un renombrado conferencista,
que a un chofer que te cuenta sobre cuando
trabajó con Raúl Roa y te hace ver mucho
más digno a nuestro Canciller de la Dignidad.
He visitado provincias y conocido otras.
Pero no como un "aldeano vanidoso" que compara
con malicia; sino como un simple espectador
que aprende de lo que le falta con el
mismo gusto que aprecia lo que le sobra en la
suya.
He admirado sitios donde se trabaja a pulso
y coraje, y he podido criticar otros donde se
sientan a celebrar el tedio a la orilla del camino,
mientras esperan que pase la carreta de la
vida cargada de milagros.
Pero no les quiero a hablar de eso. Ni tampoco
de las horas que nunca sobran, ni tampoco
de las que faltan. Prefiero hablarles de
amistad, de solidaridad, y de compañerismo,
rasgos de identidad que nos hacen diferentes -
y a la vez comunes- a todos los que poblamos
esta Isla. Los valores que algunos creen perdidos
y que nos harán compartir siempre lo que
nunca sobra, al tiempo que nos obligará a no
mendigar nunca lo que siempre falta.
Sirvan de ejemplo mis compañeros de
curso:
Rolando y Orly, son dos guantanameros a
la usanza de "Buena Fe". Personas que hacen,
con su humor de corcho, sobrevivir a cualquier
naufragio nostálgico, conjuntamente con Elías,
posiblemente el único habanero albergado en
su propia Habana.
Inés Aned y Adis Melva son ellas solas todo
un grupo de agitación y propaganda. Una
especie de Spice Girls tropicalizadas que no
se cansan de reír o contar chistes "anti-gorriones",
como cigarras de una misma fábula.
A Betty, Ivis, Yamaris y Sonia bien podían
concederles un Nobel de la Paz por su preocupación
constante por tu estado de salud o
de ánimo, o por si has podido llamar, o no, a tu
casa.
Los hay que prefieren esconder la nostalgia
dentro de un pan o sumergirla hasta ahogarla
en un pomo de refresco, como Yoengry y
Ángel, quienes al parecer piensan que la asimilación
de conocimiento está estrechamente
relacionada a la nutrición abundante; pero que
a la vez jamás dudan en compartir su merienda
con alguien que llega tarde.
Hay quienes viven esclavos del teléfono
como Rufín y Jesús, o de la carretera, como
Darelis, Wilfredo u Olga; y sin embargo no
dejan nunca de brindarte su tarjeta, como la
mejor confirmación de que "Propia" es aquí
sólo un nombre más dado por ETECSA; o de
preguntarte si necesitas que te traigan algo
antes de montarse en su yipe los fines de
semana.
Hay quienes se burlan de la fonología
semántica de los nombres como Bacallao (vacalla’o),
un villaclareño que nunca para de
hablar en su afán de cumplir, junto a Yobieski y
el espirituano Jorge, con su misión de ser más
que "la pata", el mismo diablo; como también
los hay que con menos palabras como Niober,
Omar, Blas, Eduardo y Reynol, quienes también
ayudan dejando caer sobre ti la mirada
buena y necesaria. La misma mirada de
Vicente a quien todos oímos más que por su
tamaño, o por su grado científico de Doctor en
Ciencias, por esa manera tan suya de no imponer
ideas, aunque le asista toda la razón del
mundo.
Por eso, aunque siga estando lejos, sentado
frente a un pizarrón, o conjugando el verbo
"poder" ante una tarea difícil, seguiré aprendiendo
de amistad, solidaridad y compañerismo,
y riéndome en silencio de los que insisten
en creer que el "futuro es incierto". Sirvan
todos ellos para confirmar lo contrario.

0 comentarios